miércoles, 20 de julio de 2011

Diario de un empleado de la perrera

Esto lo debería leer España entera, el mundo entero, lo intentamos?
Este testimonio es de la Helen Woodward Animal Center,y fue traducido al castellano por Pilar Mora, Voluntaria activa de Gente por la Defensa Animal
RELATO QUE HIELA LA SANGRE

Soy
empleado del Control Animal en un pequeño pueblo en el centro de
Carolina del Norte, Estados Unidos. Tengo 35 años y he estado
trabajando para el municipio en diferentes puestos desde la
preparatoria.
Sí, sacrifico perros y gatos para ganarme la vida.
No
hay mucho trabajo aquí, y trabajar para el condado significa tener buen
sueldo y prestaciones para una persona como yo que no cuenta con
estudios superiores. Soy esa persona de la que todos ustedes escriben
cosas horribles.
Yo soy quien mata a los perros y los gatos y los
hace sufrir. Yo soy quien saca sus cuerpos sin vida oliendo a monóxido
de carbono y los avienta dentro de las bolsas negras de plástico. Pero
también soy aquél que odia su trabajo y odia lo que tiene que hacer.
Todos
ustedes que me juzgan, no lo hagan. Dios me está juzgando y sé que me
iré al infierno. No voy a mentir, es infame, cruel y me siento como un
asesino serial. Pero no soy del todo culpable; si la ley obligara la
esterilización de los animales, muchos de estos perros y gatos no
estarían aquí para que yo los sacrifique. Soy el demonio, pero quiero
que todos ustedes vean la otra cara del hombre de la cámara de gas.
Por lo general, el centro antirrábico realiza el sacrificio con cámara de gas los viernes por la mañana.
El
viernes es el día que la mayoría ansía que llegue, pero para mí, este
es el día que más odio y siempre quisiera que el tiempo se detuviera el
jueves en la noche. Los jueves, muy entrada la noche, cuando no hay
nadie, mi amigo y yo vamos a un restaurante de comida rápida y nos
gastamos 50 dólares en hamburguesas, papas fritas y pollo. Tengo
prohibido alimentar a los perros los jueves porque me dicen que se hace
un chiquero en la cámara de gas, y sería un desperdicio de comida.
Así
que, los jueves por la noche, con las luces aún apagadas, voy al cuarto
más triste que jamás nadie pudiera imaginar, y dejo que todos los
perros y gatos, condenados a morir, salgan de sus jaulas.
Mi amigo y
yo abrimos la envoltura de cada hamburguesa y sandwich de pollo y
alimentamos a estos perros hambrientos y flacos. Se tragan la comida
tan rápido, que no creo siquiera sepan a lo que sabe. Mueven sus colas
y algunos ni comen, se echan boca arriba para que les acaricie su
pancita. Comienzan a correr, brincar y me besan a mí y a mi amigo. Van
a comer un poco más de comida y regresan a donde estamos. Todos nos
miran con tanta confianza y esperanza, y sus colas se menean tan
rápido, que termino con moretones en mis piernas. Se devoran la comida;
después, es tiempo de devorar un poco de paz y amor. Mi amigo y yo nos
sentamos en el piso de concreto, sucio y manchado por los orines,
dejamos que nos brinquen encima, se paran de manitas para jugar y
también juegan entre ellos. Algunos se lamen unos a otros, pero la
mayoría permanece pegada a mí y a mi amigo.
Miro a los ojos de cada perro. A cada uno le doy un nombre.
No morirán sin tener un nombre.
Le
doy a cada perro 5 minutos de amor y cariño incondicional. Les hablo y
les digo que lamento mucho que mañana agonizarán por largo tiempo, que
morirán de una forma espantosa y tortuosa en mis manos dentro de la
cámara de gas.
Algunos mueven sus cabecitas para tratar de entenderme.
Les
digo que estarán en un mejor lugar, y les ruego que no me odien. Les
digo que sé que me iré al infierno, pero estarán jugando con todos los
perros y gatos en el cielo.
Después de cerca de 30 minutos, tomo
cada uno de los perros y los meto en sus jaulas de concreto llenas de
heces; los acaricio y rasco su barbilla. Algunos me dan la pata, y yo
sólo quiero morir. Cierro la jaula de cada perro y les pido que me
perdonen.
Dormirán con su pancita llena y con una falsa sensación de seguridad.
Son
cerca de las 5 de la mañana ahora, faltan dos horas para tener que
asfixiar a mis amigos en la cámara de gas. Voy a casa, me baño, tomo
mis 4 píldoras contra la ansiedad y manejo de regreso hacia mi trabajo.
No como, no puedo comer. Ha llegado el momento de meter estos animales
en la cámara de gas. Me pongo mis tapones para los oídos, y cuando voy
por los perros y los gatos, están tan emocionados de verme, que saltan
sobre mí para besarme al pensar que jugarán conmigo. Los pongo
en la
jaula móvil y los llevo a la cámara de gas. Ellos lo saben. Pueden oler
la muerte, el miedo. Empiezan a gemir en cuanto los meto en la cámara
de gas.
El jefe me pide que meta el mayor número posible de ellos
para ahorrar el gas. Me observa. Sabe que lo odio, sabe que odio mi
trabajo. Hago lo que me pide. Él mira cómo todos los perros y los gatos
(amontonados todos) se pelean y gritan. El sonido se amortigua porque
tengo puestos los tapones. Él se marcha, prendo el gas y me salgo lo
más rápido que puedo.
Camino hacia el baño, tomo un alfiler y me
pincho hasta sangrar ¿Por qué? Porque el dolor y la sangre despejan mi
mente de lo que acabo de hacer.
En 40 minutos debo regresar y
retirar los animales muertos. Rezo porque ninguno haya sobrevivido, lo
cual sucede cuando meto demasiados animales en la cámara de gas. Los
levanto con mis guantes y el olor del monóxido de carbono me enferma al
igual que los vómitos, la sangre y los movimientos involuntarios de los
cuerpos.
Los saco y los meto en bolsas de plástico.
Me digo a mí
mismo: “Ellos están en el cielo ahora”. Después limpio toda la
suciedad, que USTEDES PERSONAS, han propiciado al no esterilizar a sus
animales. La suciedad, que USTEDES PERSONAS, han propiciado al no
exigir que un veterinario venga y haga esto de una forma humanitaria.
USTEDES SON LOS CONTRIBUYENTES, ¡EXIJAN que esta práctica SE ACABE!

Así
que no me llamen “el monstruo”, “el demonio” o el “verdugo”, llamen
demonio a su GOBIERNO, a las personas responsables del mismo, a los
responsables de que esto suceda. ¡Carajo! llamen al gobernador y
¡EXIJANLE QUE ACABE CON ESTO!
Como siempre, esta noche tomaré mis
pastillas para dormir para poder ahogar los gritos que escuché en el
pasado antes de descubrir los tapones para los oídos. Brincaré y me
estremeceré en mis sueños creyendo que estoy alucinando.
Esta es mi vida, no me juzgues, créeme, ya me he juzgado lo suficiente.

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