Dos socios de la Sociedad Protectora de
Animales y Plantas (SPAP) de Mairena de Aljarafe (Sevilla) grabaron un
vídeo de sus instalaciones la pasada Navidad. Las imágenes han conmovido
a miles de personas en un país que a veces se identifica con el toro de
Osborne, símbolo de la infame tauromaquia. El testimonio gráfico es
sobrecogedor: jaulas alfombradas de excrementos y orina, perros
aterrorizados, sucios, enfermos o incluso muertos. Un verdadero campo de
exterminio que recuerda los horrores de la Shoah. Muchos protestan
cuando se establecen analogías entre la política de exterminio de los
nazis y la violencia contra los animales, pero algunos supervivientes,
como el escritor austriaco Fred Wander, que logró esquivar la muerte en
Auschwitz y Buchenwald, han afirmado que los judíos, los gitanos, los
polacos, los testigos de Jehová, los homosexuales, los prisioneros de
guerra rusos, los discapacitados físicos y psíquicos, los comunistas,
los exiliados españoles y otras víctimas, fueron triturados por un
engranaje que copió los métodos de los mataderos industriales. Fred
Wander se escandalizaba con el trato que recibían los animales en las
zonas rurales del Mediodía francés. Perros atados a la intemperie, gatos
hostigados a pedradas, corderos degollados, gallinas estabuladas.
Escenas que se repetían en toda Europa y que cuestionaban el supuesto
progreso moral de nuestra especie. “No sabemos nada realmente del amor
–escribió Wander-, si no queremos a los animales”.
Las imágenes de la Protectora de Mairena
han inundado las redes sociales, logrando reunir 30.000 firmas en 24
horas. Las autoridades han intervenido ante la avalancha de protestas y
la concentración de un grupo de personas alrededor de la Protectora,
exigiendo una solución. Al parecer, han acudido 200 hombres y mujeres
con la intención de alimentar y auxiliar a los perros. Esos 200
manifestantes nos han devuelto la dignidad y la esperanza, demostrando
que el ser humano también es capaz de solidarizarse con el sufrimiento
de los más débiles y vulnerables. Los animales no tienen derecho a la
vida y a la libertad, afirmó hace tiempo Toni Canto, diputado de UPyD,
avergonzándonos a todos los que hemos convivido con otras especies y
sabemos que la ternura, la sensibilidad, la inteligencia o el humor no
son privilegios del ser humano, tan necio, pomposo y arrogante. Me
pregunto cuánto tiempo necesitaremos para descubrir que el especismo es
tan abominable como el racismo, la xenofobia, el machismo o la
esclavitud. Dian Fossey nació un 16 de enero y murió asesinada por
cazadores furtivos el 26 de diciembre de 1985. Fue el primer humano que
logró integrarse en una comunidad de gorilas de montaña, descubriendo
que cada individuo poseía una personalidad diferente. No sólo eran
capaces de jugar o manifestar afecto, sino que además establecían normas
para neutralizar la agresividad y mantener la cohesión. De hecho, el
grupo se desintegró cuando los furtivos mataron al macho dominante y
ocupó su lugar un individuo caprichoso, violento e inmaduro. El asesino
de Dian Fossey partió su cráneo por la mitad con una panga, el arma que
se utilizó en el genocidio de Ruanda para matar a 800.000 tutsis y hutus
moderados entre abril y junio de 1994. Conservó su cabeza como trofeo y
la colgó en su vivienda, reproduciendo un comportamiento que muchos
humanos consideran aceptable con otras especies.
Corren muchos rumores sobre los perros
de la Protectora de Mairena. Algunos afirman que casi todos han muerto.
Otros hablan de perros rescatados. Al parecer, no se podrá hacer nada
hasta que una orden judicial autorice la entrada en el recinto. Acaba de
estrenarse Febrero, el miedo de los galgos, un documental de Irene
Blánquez, que recrea las penalidades de los galgos al final de la
temporada de caza, cuando al menos 50.000 son abandonados, ahorcados,
apaleados, quemados o arrojados a un pozo para morir de sed y hambre. El
problema no se agota en Mairena, sino que se extiende por la piel
endurecida de un país aficionado a los toros, la caza, la matanza del
cerdo o el abandono de las “mascotas” (un término odioso y mezquino),
pretextando alergias, cambios de domicilio o el nacimiento de un hijo.
Nada cambiará hasta que las familias y las escuelas inculquen en los
niños y niñas el amor y el respeto hacia otras especies. Los perros de
Mairena no son más desdichados que los animales de granja, olvidados y
menospreciados. Los animales no son objetos de consumo. Son nuestros
hermanos menores y, en muchos casos, nuestra familia, los que nos
acompañan cuando otros se apartan de nuestro lado porque hemos
envejecido, enfermado o perdido el trabajo. Algún día tendremos que
reconocer todo lo que les debemos y lloraremos por el inexcusable dolor
que hemos sembrado a nuestro paso.
RAFAEL NARBONALas dos primeras fotos fueron realizadas por María Toral, que me ha autorizado amablemente su publicación.
http://rafaelnarbona.es/?page_id=6286
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