domingo, 29 de enero de 2012

Asesinos...


Os he visto reuniros. Lo hacéis cuando apenas ha amanecido. Os bajáis de vuestros todoterreno cual engendros surgidos de alguna pesadilla concebida en la noche que todavía araña la tenue luz. Pero sois de carne y hueso. Como esos otros seres que, hacinados en una jaula enganchada a vuestros vehículos, se asemejan a las piezas de la caja de herramientas que se utilizan y cuando resultan inservibles se arrojan a la basura. Son los perros, las otras víctimas de vuestra diversión, un pasatiempo de esperpentos con forma humana y licencia de armas.

Lleváis ropa de camuflaje y cual mercenarios de alguna película patriotera y barata, camináis dejando un rastro de testiculina en ese suelo donde un escupitajo atesoraría menos inmundicia que la de un escopetero, individuos que rellenan su entrepierna con sueños de hombría y sus actos con la cobardía de la muerte a distancia a lomos del plomo.

Juráis respetar más que nadie a la naturaleza y amar a los animales como ninguno de los que abominamos la caza seríamos capaces jamás. Pero vuestro respeto se llama ruido y fuego y vuestro amor, alcanzando el mayor grado de degeneración imaginable, responderá al mediodia al nombre de asesinato repetido. El asesinato de esas criaturas que, ya convertidas en despojos sangrientos, exhibiréis harto orgullosos, y lo hacéis así porque las obsesiones fálicas de algunos se confunden con el cañón de sus rifles.

Pero esta vez parece que las docenas de cadáveres de seres inocentes arrojadas en los maleteros de vuestros coches no acaban de proporcionaros esa sonrisa estúpida, bravucona y miserable que mostráis otras veces al final de vuestra jornada de caza. Tal vez sea porque hoy, gatilleros sin escrúpulos, compasión ni ética, habéis regresado uno menos. Así es, de nuevo y porque os puede el ansia, la estupidez y el egoísmo, habéis reventado de un disparo, por "accidente", la cabeza de uno de vuestros compañeros.

Yo no amaba como vosotros a ese cazador con cuya vida habéis acabado, pero me apesadumbra su terrible suerte. La diferencia con vosotros es que mi dolor no es menor ante las otras víctimas de las que también sois responsables, esas que os sirven para haceros una fotografía y presumir de gónadas. Cuando en el fondo el valor os es tan ajeno como la moral. Os gusta matar, eso es todo.

Julio Ortega

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